Comentario
Capítulo XXXII
De cómo Pizarro prosiguió su camino y le mataron dos cristianos, y llegó Belalcázar con otros cristianos de Nicaragua, y lo que más pasó
Deseaba mucho don Francisco Pizarro llegar a la buena tierra que había de Túmbez para adelante, y habíale pesado porque tan atrás había empezado a tomar puerto; y permitiólo así Dios nuestro señor porque si fuera de golpe adonde quería, sin que hubiera venido la gente que con él se había juntado, no hay que dudar sino que a soplos los mataran; mas como enteramente cuando es comienzo de cualquier negocio no se deja entender hasta que va descubriendo, así Pizarro estaba ignorante de que tenía por delante grandes ejércitos formados, y que fue venturoso que peleasen unos contra otros como enemigos. Y habiéndose despedido del principal del pueblo que se dejaba en amistad, anduvo hasta que llegó a la bahía de los Caraques; como era muy ancha, no la pudieron atravesar, mas subieron bien arriba por donde abaja el río que entra en ella, y pasaron fácilmente y entraron en un pueblo: de una india cuyo marido se había muerto había pocos días, donde había en los ánimos de los indios de por allí novedad, porque en lo secreto odiaban a los españoles, en lo público con temor de ellos y de los caballos mostraban buen rostro "a guisa de gallegos", como dicen. En sus pláticas y juntas trataban con qué modo y arte los matarían; esforzábanse unas veces de salir todos juntos y matarlos; mas cuando pensaban que habían de venir al hecho, desmayaban, acobardándose. Todo esto hoy día nos lo cuentan ellos mismos. No determinaron más el negocio de hacer cuanto, pudiesen a su salvo, daño a los españoles: los cuales estaban alojados en el pueblo ya dicho, de donde salió uno de ellos, encima de un caballo, tres o cuatro tiros de ballesta, a proveerse de alguna necesidad, llamado Santiago; fue visto por los indios, y como iba descuidado, salieron a él en cuadrilla y le mataron. Antes de esto habían conocido los nuestros cómo los indios andaban de mal arte; y puesto que el gobernador, con buenas palabras, procuraba de los traer a su amistad, no bastaba; y con enojo mandó a Cristóbal de Mena que fuese con algunos españoles a procurar de prender los que de estos tales pudiese haber, y como volviesen de la entrada, apartándose otro español un poco del camino, fue también muerto: porque debajo de esta amistad eran más enemigos. Pizarro sintióse de esto, publicando guerra contra los indios de aquella parte; pues sin les hacer él ni ellos daño ni afrenta, le matasen los suyos. Y con gran saña que tomó de esto, mandó a los de caballo que picasen con los hierros de las lanzas en los que más presto topasen; y así fueron muertos algunos de ellos, y un principal que prendieron fue traído delante de él a quien con las lenguas habló, quejándose porque sus parientes le habían muerto dos cristianos sin les hacer daño ni tomarles por cautivos ni prisioneros. Respondió el principal que eran locos los que lo habían hecho y que lo mandasen soltar para los castigar. Pizarro, como oyó su buena razón, mandó traer allí un indio que se tomó y que había sido de los que mataron al uno de los cristianos; el cacique le habló ásperamente diciendo que en pena de su maldad fuese ahorcado, y así lo pusieron en un palo, y él no habló ni se excusó, antes dio a entender darse poco de la vida y holgarse con la muerte que le daban. Soltóse el principal, a quien Pizarro habló con palabras blandas y amorosas, rogándole que no se ausentasen de sus tierras ni se alzasen para le dar guerra, y que tendrían en los cristianos buenos amigos. Y como esto pasó, caminaron delante a la provincia de Puerto Viejo, donde los indios guardan grandes religiones, y se vieron en algunos lugares formas con miembros deshonestos en que adoran; mas como los principales andaban en las guerras que se trataban entre Atabalipa y Guascar, no se formó ejército con potencia para procurar la muerte de los cristianos, antes determinaron de les mostrar buen semblante y proveerlos de lo que hubiese en su provincia, pues que eran tan pocos, y así salieron a Pizarro mostrando alegría con su venida; el cual mandó que se guardase la paz a los amigos sin les hacer daño ni ningún agravio. Ellos proveían de comida y servían en lo que más podían sin que por ello recibiesen Paga. Mas como en la guerra no baste para conseguir los soldados ninguna buena disciplina, cometiéronse algunos desaguisados; los cuales Pizarro no era parte a castigar. Estuvo quince días en aquella tierra, supo de un pequeño navío que había salido de Nicaragua, cómo por tierra venía Sebastián de Belalcázar con otros cristianos y algunos caballos de que recibió placer y dende a pocos días llegó Belalcázar y Mogrovejo, Francisco de Quiñones, Juan de Porras, De Fuentes, Diego Prieto, Rodrigo Núñez, Alonso Beltrán, y otros, hasta treinta, los caballos eran doce; y fueron bien recibidos del gobernador y de los que con él estaban.